martes, enero 18, 2022

Trap, la filosofía de los pibes sobrevivientes
Cuando ocurrió la crisis social del año 2001 en la Argentina, los conflictos que la desencadenaron venían precedidos por el experimento mundial de la globalización, llevado adelante por el capitalismo para ajustar el tablero local a las necesidades del mercado financiero. En aquel momento nos preguntamos qué sería, en unos años más, de la generación de chicos nacidos durante ese tiempo de caos generalizado, hijos ellos de familias destruidas, sin poder reemplazar la figura devaluada del padre como jefe de familia, y con un horizonte económico nefasto, que comenzaron a deambular por las calles, en busca de comida y cariño, a los cuatro o cinco años de edad. Bien, aquí estamos hoy, viviendo una de las etapas más compleja de la historia de la humanidad, con los hijos de aquella época contando veinte vigorosos abriles, y una voz de trueno dispuesta a transar con cualquiera que esté dispuesto a pagar. Tengamos en cuenta que no nace el trap en el año 2000, sinó que lo hace, y como subgénero del rap, durante la década del noventa del siglo pasado, en los suburbios norteamericanos y como grito de dolor de los consumidores de crack, cuyas penurias barbitúricas comenzaban a reflejarse en las letras de sus temas. Pero es a partir del siglo XXI, y más precisamente en su segunda década, cuando el acceso a la informática por parte de estos chicos, permitió a sus mayores exponentes conquistar a la audiencia mundial y desplazar del gusto juvenil, a expresiones musicales embanderadas con el rock tradicional. Con un mensaje oscuro y cargado de impotencia, una inversión económica casi inexistente, y un desprecio absoluto por el establishment musical de la época, los traperos encarnaron mejor que nadie el descontento juvenil de los millennials. A partir de ese punto el trap no se limitó a persistir sólo como género musical, sinó que influyó notablemente en la manera de vivir de una nueva generación de jóvenes. Como había ocurrido antes con el rock o el punk, el trap se convirtió en una filosofía de vida, expresando un descontento descarnado, pero, y a diferencia de los líderes de otros movimientos culturales, alardeaba una absoluta falta de escrúpulos en sus principales protagonistas. La realidad, borrada de las mentes con combos letales de psicofármacos y música oscura, le entregaba al sistema un modelo ideal de hombre sometido. El trap, a diferencia de los estilos que lo antecedieron, no fue un grito contra el sistema capitalista, sinó que lo fue, desde sus letras y posturas publicitarias, a favor del éxito, la fama, el lujo, el consumo de drogas y el dinero. Lo que ha determinado, debido al ilimitado éxito económico conseguido, que se haya convertido en la principal fuente de ingresos de la industria musical (los dueños de siempre), en lo que va de este siglo. El trap es hoy un estilo musical jugándose su permanencia en la historia de la música, con tres acordes machacantes y las voces mejoradas excesivamente con autotune, lo que podría indicar que, si no evoluciona a formas mejoradas, terminará en el olvido absoluto en unos cuantos años. .................................................................................................................................................. Juan Romero 18/1/2022

jueves, agosto 27, 2009

Masacre en Perú.

Bagua
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Los awajun, los enmarcados los aguarunas, los marginales dentro de territorio peruano, los shamboyacu, los de Rioja verán a sus hijos rodeados como en sueños, como en ruidos, por una flama que se escupe a sí misma, el espíritu de la Yacumama que trajo que trae, traerá el viento húmedo, el tiritar de piernas los recoge para volver a dormir con pesadillas de fiebre, con alzadas de delirio, con frondosas ramas caídas...
La tierra awajún como temerosa pero firme se da contra el río, de muchas zonas salieron, casi con pieles de Sajino, mientras los gallos salvajes chillaban, Así por meses, salir de allí, a proteger el espíritu colectivo, la savia natural de la tierra...

Y tras ello, la macana, la bomba lacrimógena, la mella. Todo el marañón se nos viene encima... la tanta ira la santa sangre el balazo fiero la lanza certera mientras la carretera río de sangre se entierra y el Brujo Pata se ensarta... Por donde sigue el Utcubamba el carnaval negro se sustrae hacia las laderas, donde se gime se insulta y se reprime, donde se renueva se encrispa se rehierta, mis orejas como de perro se salen y el brujito Pata se enmanta su lagrima se emociona, todo pasa y esto pasará, esa mancha por los suelos la alucinación condenada la hora de la selva negra los brazos caídos las capturas indiscriminadas cierra por eso tu casa, abre tu trocha, sal de la carretera.


Daniel Nakasone

Lima- Perú




viernes, agosto 14, 2009

Presentacion - Agosto de 2009

Latinoamérica está abandonando su cómodo letargo, mejor dicho: el pueblo americano está abandonando esa posición y está asumiendo el rol de protagonista imprescindible, ante el embate descarado de los Estados Unidos de America, sobre las instituciones democráticas de su ex patio trasero. Los yanquis colocaron a un negro, por primera vez, en la presidencia de la nación, y hubiesen hecho lo mismo con un latino si eso les hubiese dado un mejor rédito mundial. Pero un negro les otorgaría mayor credibilidad y consenso a la hora de tomar decisiones drásticas. El Bush asesino daba paso a un negro bueno y comprensivo, pero ninguna de las estructuras creadas para explotar y dominar la resto del mundo, iban a ser desmanteladas, por lo que el disfraz terminaría cayéndose apenas terminado de colocar. Sobre ese disfraz comentaremos en esta edición de la revista. Tengan ustedes una buena y atenta lectura.

Mesa Coordinadora de la Osta Roja

Bicentenario.

Argentina I



La revolución pendiente

En la que dio en llamarse la semana de mayo de 1810 se presentó una situación similar a la que atraviesa el país en la actualidad. Por aquellos años la caída del rey de España, Fernando VII, en 1808, desencadenó una marea independentista en las colonias del Río de la Plata. Paradójicamente no fueron los oprimidos por el yugo colonial los que iniciaron la movida revolucionaria, sinó que así lo hicieron los hijos dilectos de la corona. Manuel Belgrano, un brillante abogado de formación europea y sus amigos, Juan José Castelli y Mariano Moreno, también abogados, y que se veían notablemente influenciados por las ideas de Russo. Hoy la caída de la economía mundial, durante el año 2008, que había suplantado la opresión medieval de los reyes por la explotación empresarial de la burguesía, ha producido el desbarajuste y posterior cuestionamiento del sistema bancario que administra el patrimonio mundial y el capital simbólico de la humanidad.

¿Llovía el 25 de mayo de 1810?
¿Llevarán sus joyas los políticos invitados al acto del 25 de mayo de 2009?

A quién le importa, pero esas trivialidades sirvieron, durante años, para ocultar el carácter revolucionario de las proclamas de Castelli y Moreno, dos hombres que parecieron no haber dicho una palabra, según la historia que se cuenta en los claustros de la educación oficial, durante el periodo que duró la etapa prerrevolucionaria (1808 a 1813). Con Castelli y Moreno borrados de la escena política y Belgrano relegado a un puesto de combate, la actividad revolucionaria se redujo a una mera cuestión de afectación y entrega solapada de las conquistas obtenidas hasta ese momento. Se contrataron mercenarios para la campaña libertadora y los ingleses, muy interesados en la perspectiva comercial que se habría en Sudamérica, luego de sus fallidos intentos de invasión por la fuerza, aportaron económicamente a las arcas del incipiente ejército argentino y se limitaron a la penetración ideológica, que tan redituable les resultaría con el paso del tiempo. Esas mismas trivialidades que mencionamos antes, sirven hoy para ocultar los verdaderos motivos que llevan a los gobernantes actuales y a sus opositores, que son lo mismo, a una contienda que tiene cautiva a la población en un estado de confusión permanente. Recordemos que la declaración de independencia fue postergada hasta el año 1816, cuando los acontecimientos habían superado la inercia de los mandatarios, como sucede en estos momentos con un gobierno que parece no decidirse por una postura ideológica clara y mantiene la idea descabellada de la colaboración de clases.
La utilización de la epidemia de dengue, como se hizo con el humo el año pasado, la invención de plagas por parte de los agentes de la oposición y para infundir temor en la población, la proliferación de medios masivos dirigidos por la clerecía, el intento por crear la idea de que esas plagas fueron enviadas para castigar a los que apoyan a los gobiernos populares y a los que no han sabido perdonar los crímenes de los milicos, nos dan una idea de quienes detentan el poder fáctico en la argentina; seres muy parecidos a los esbirros de Fernando VII. Por lo menos la mentalidad sigue siendo la misma y la caza de brujas es el deporte favorito de los que intentan mantenerse en sus puestos de gobierno u oposición, con los recursos que obtienen de sus posiciones acomodadas. El miedo crónico que sufre la población menos preparada del país, es la muestra evidente de lo que han logrado los dueños de la economía. El recelo ante el debate de ideas, que pareció haber sido superado en las asambleas populares de 2002, está más vigente que nunca. La revolución es una asignatura pendiente para el pueblo argentino y el próximo 25 de mayo se recordará el primer intento por llevarla adelante. Que la vaca no nos impida ver el campo.

Juan Romero
Buenos Aires- Argentina

Centro clandestino de detención en Campo de Mayo.

Argentina II


La pena de muerte existe, de hecho, desde hace años en la Argentina.

Al leer los foros no hago más que apenarme ¿Acaso creen que el gatillo fácil es un invento de una izquierda anacrónica y sin convocatoria política? La implantación de la pena de muerte, o la baja en la edad de imputabilidad para los menores de edad, es un recurso propagandístico de la derecha vernácula para implantar el terror, como en otras épocas lo hizo concurriendo desesperada a los cuarteles y uniéndose a los milicos en cada golpe de estado.
Después del gobierno neoliberal del peronista Carlos Menem, amigo y mentor del ex presidente Néstor Kirchner, y del desgraciado suceso con el soldado Carrasco, el ejército argentino pasó a ser un negocio más del capital financiero. Ya no pudieron apelar, como antaño, a la argentinidad como recurso para un golpe de estado y debieron conformarse con la vigilancia privada, los country’s y los muros divisorios. Pero eso hoy no les alcanza, se necesita más seguridad y castigos más violentos, porque los negros de mierda siguen sin entender y si no entienden… no trabajan por sueldos miserables.
Cometer siempre el mismo error, facultad privativa de las masas.

El ex jefe del Comando de Institutos Militares durante la dictadura, el general Riveros, y el entonces jefe de la Escuela de Infantería general, Carlos García, fueron acusados formalmente por el homicidio del joven militante político Floreal Avellaneda, ocurrido en 1976 ¿Acaso no se aplicó aquí la pena de muerte contra un niño? Es el inicio del primer juicio por crímenes de lesa humanidad en el centro clandestino de detención de Campo de Mayo. El campo de concentración más grande que funcionó en la Argentina y al que nadie se atrevía a tocar, ya que los detenidos allí eran comunistas ¿comprenden? Comunistas no peronistas. La ESMA hoy en día es un museo y Campo de Mayo sigue funcionando como si nada hubiese ocurrido en sus miles de hectáreas… hasta ahora.

¿Qué diferencia existe entre un chico de catorce años cumplidos en dos mil nueve, con otro de la misma edad, pero en mil novecientos setenta y seis?

La información recibida. El trabajo de destrucción del sistema educativo comenzado por Videla, continuado por Alfonsín, Menem y sostenido por la pareja Kirchner, es el principal responsable del pensamiento juvenil actual. Hasta que los chicos no rompan con las cadenas que los atan al miedo social de sus padres y abuelos, no van a poder cumplir el rol que les tiene asignado a ellos el nuevo milenio: Protagonizar la revolución.

Seguimos con Floreal Edgardo Avellaneda, el Negrito, que nació en la ciudad de Rosario el 14 de mayo de 1961. Era militante de la Federación Juvenil Comunista. Vivía con su madre Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda y con su padre Floreal Avellaneda, delegado de la fábrica textil Tensa, ambos militantes del Partido Comunista.
Floreal “el Negrito” Avellaneda, tenía 14 años cuando fue secuestrado de su casa junto a su madre. Su cadáver fue hallado el 14 de mayo de 1976 en aguas del Río de la Plata. Su cuerpo fue encontrado con muestras de haber sufrido torturas físicas y haber sido víctima de un horroroso empalamiento, leyeron bien… esa parece ser la tortura preferida por los militares católicos desde hace siglos. Así actuaba el brazo armado de la burguesía Argentina, que ahora tiene entre ojos a otro pibe, Brian, sin contar a los que ya fueron victimas del gatillo fácil: como el chico que asesinó al ingeniero de San Isidro. Brian es el chivo expiatorio de la bonaerense para ocultar a Jonathan, que trabajaba para ellos. Jonathan está muerto por colaborar con el sostenimiento del terror y las empresas de seguridad privada del gran Buenos Aires, Brian se está pudriendo en una cárcel, los dos tienen dieciséis años.

Los chicos de los noventa

Los que produjo la continuidad Martínez de Hoz, Sourruile y otros tantos, para desembocar en el plan Cavallo, pergeñado por Martínez de Hoz con el visto bueno de los cráneos de la CIA, Milton Friedman a la cabeza. Los pibes, condenados por Menem y toda una clase social dispuesta a entrar al primer mundo a costa del sacrificio que fuese necesario, fueron los más perjudicados por las políticas neoliberales. Esa misma clase social, que hoy exige bajar la edad de imputabilidad a doce años, fue la que cerró fábricas y se dedicó a especular en la bolsa; la que depositó sus ganancias en el exterior y la que dejó sin puestos de trabajo a los padres de estos chicos. La misma clase que lloró frente a los bancos o los rompió a palazos cuando, sus cómplices mejor ubicados en el escalafón social, les retuvieron los depósitos. Ninguno de ellos perdió nada, sólo dejaron de ganar descaradamente y por algún tiempo.

¡Matemos a los chicos¡ gritan los giménez, los castañas, los sandros, los spinettas, los mengano y los que se llenaron los bolsillos en base al hambre de sus congéneres, la devaluación de la figura de los padres y la destrucción del grupo familiar, como base de una estrategia para el dominio.
¡Bajemos la edad de imputabilidad a diez años!
¿El aborto? ¡Ese si es un crimen señores!
Proclaman estos desaforados de la acumulación de capitales, junto a la iglesia católica que ha mutado en evangélica, para estar acorde con los tiempos que corren. Los energúmenos siguen dirigiendo el destino del país ¿hasta cuando?


Esteban Del Río
Chivilcoy- Argentina

Golpe de estado en Honduras.

Honduras I


Para la mayoría de los medios, la situación en Honduras no es preocupante ¿Por qué esta posición de la prensa “libre” e “independiente”, en la mayoría de los países del globo?
Vamos a tener que acudir a la historia, para desentramar los motivos que han llevado, en primer lugar, a los sectores privilegiados hondureños a tomar el poder por la fuerza y producir el resquebrajamiento del orden constitucional continental.
Vale aclarar que: si José Manuel Zelaya Rosales, no hubiese pertenecido a la casta de terratenientes más conspicuos, y por lo tanto dudosos, de Honduras, jamás se le hubiese permitido asumir el poder en su país. Partiendo de este punto, y manteniendo nuestra reserva sobre el “izquierdismo” del presidente Zelaya, comenzaremos el análisis del problema hondureño.

El empresario agropecuario, nacido en Catacamas, departamento de Olancho, el 20 de Septiembre de 1952, debía estar afiliado al PLH o al partido de la oposición, para poder asumir el poder en su país de origen. Cometió varios errores ideológicos, que lo alejaron de la mentalidad conservadora de sus compañeros de partido y, aún más, de sus enemigos opositores, pero el error más importante, y el que terminó detonando el conflicto, fue el de adherir al ALBA, algo que el gobierno norteamericano ni los empresarios hondureños, le iban a perdonar.
El ingreso en Petrocaribe fue la gota que rebalsó el vaso; recibido de muy mala gana por la burguesía, que no fue al enfrentamiento directo, pero que sí comenzó una etapa de desgaste mediático de la figura presidencial. La conveniente difusión de escándalos por fraude y malversación en la función pública, que fueron magnificados y hasta reinventados en los medios, merecieron las preocupadas advertencias, junto con acusaciones directas al presidente, desde el Consejo Nacional Anticorrupción, la Iglesia Católica hondureña, la organización Transparencia Internacional, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y la OEA ¿Les suena conocido, este enjambre de insignes corporaciones, compatriotas argentinos?
La prensa conservadora y la patronal, reconocían que la oferta de petróleo, por parte del gobierno venezolano, era demasiado seductoras como para desaprovecharla. Aunque como siempre ocurre en estos casos, el poder fáctico abrió el paraguas por si las moscas. Adujeron temer que una operación financiera de suministro energético, terminara acarreando obligaciones políticas con Venezuela y su proyecto socialista.
La oposición partidista fue muy crítica, pero sin embargo surgieron voces más desestabilizadoras en el partido del Gobierno, y Roberto Micheletti, el presidente del Congreso, que ambicionaba la candidatura del oficialismo para suceder a Zelaya en 2010, se colocó a la cabeza de esas críticas, algo similar a lo ocurrido con Julio Cobos en el parlamento argentino, cuando hubo de definirse la lucha política con el sector empresarial del campo. La relación de Micheletti, con el presidente constitucional, se estaba fracturando. El intrigante reclamó públicamente transparencia, intentando embarrar el convenio, y garantías, antes de firmar. El 24 de enero, la Comisión Especial del Congreso autorizó a Zelaya a rubricar el documento. El 13 de marzo el pleno del Congreso aprobó por mayoría simple el convenio con Petrocaribe. A favor del mismo votaron los diputados del PLH, la UD y el PINU, y en contra el PDCH; el PNH, se abstuvo.
El balance de una gestión presidencial, por primera vez en la historia de Honduras, era positiva: La situación económica había mejorado; 4.000 millones de dólares de deuda externa habían sido condonados y los nuevos recursos de que disponía el Gobierno ya estaban haciendo sentir sus efectos positivos en la lucha contra la pobreza, que, según cómputos oficiales, se había reducido un 6,5%, en números absolutos, "500.000 hondureños que han salido de la pobreza"; y la campaña de reforestación marchaba viento en popa. Por último, la inminente llegada de combustible barato de Venezuela iba a traducirse en un mayor desahogo financiero del Estado y en una mejora de la calidad de vida de la población.
Para la oposición no iba a reconocer tan fácilmente este progreso y la ola de crímenes violentos que sacudía a la población, fue el punto a utilizar para criticar, arteramente, el sistema de seguridad del Gobierno. Como mencioné con anterioridad, los escándalos por fraude y malversación en la función pública fueron sacados de contexto e intentaban demostrar la participación directa del presidente en ellos. Dicho todo esto y a riesgo de emitir un juicio apresurado, no por no contar con la información exacta, sino por no poder desarrollar el tema, como lo merece, en cuatrocientas páginas, puedo decir que: La excusa que otorgó la encuesta llevada adelante por el gobierno, para avalar la reelección de Zelaya, jamás tuvo fundamento constitucional ni el apoyo del pueblo de la nación, sólo fue un subterfugio para dar un golpe de estado, derrocar al presidente, e instaurar un régimen afín a los EEUU y a los intereses de Hilary Clinton, darle un toque de atención al gobierno de Venezuela y mantener a Obama en una posición mediática contradictoria, pero bien definida en la realidad, y a favor de la política imperialista llevada adelante por George Bush.
En la última reunión de UNASUR, llevada a cabo hace un par de días, Chávez dio en la tecla, el complot fue urdido para acabar con el problema ideológico que plantea Venezuela. En artículos anteriores he señalado la actitud beligerante de los grupos armados que pululan en nuestra Sudamérica, grupos que responden a intereses norteamericanos y actúan en nuestro suelo como arietes del imperialismo. Estos grupos no son denunciados por los medios masivos de comunicación, por ese motivo las siete bases que pretende instalar el narcotraficante presidente colombiano, no conllevan el menor peligro a los intereses multinacionales de los medios. Aquí debemos resaltar que el único medio independiente y que ningún sistema puede controlar, es internet. Por ese motivo podemos asegurar que la instalación de bases norteamericanas en Colombia, pretende desestabilizar el orden constitucional en la región, colocarle un bozal armado a Chávez y a Morales, y si es necesario, seguramente lo será en algún momento (recordemos el Panamá de Noriega o el Irak de Hussein), invadir ambos países y volver a instaurar el “régimen democrático”, siempre favorable a los interese yanquis. No es una reunión de presidentes en Buenos Aires la que salvará a Sudamérica de la guerra, sinó la movilización permanente de las vanguardias de izquierda junto al combativo pueblo trabajador americano.

Álvaro Centeno
Bogotá- Colombia

martes, diciembre 30, 2008

Presentación- Diciembre de 2008.


El último número del año, un año que merece un análisis exhaustivo de los acontecimientos políticos y sociales que lo han transcurrido, y que vamos a afrontar como lo venimos haciendo desde el número uno de la Osta Roja. Hemos estado presentes con nuestra voz y nuestro intento de unificación del pueblo pensante latinoamericano, durante el inicio de este proceso de aparente renovación de la clase política, para sostenerlo en su autenticidad o para desenmascarar a sus líderes oportunistas. Sin condicionamientos que pudiesen torcer la línea independiente que nos hemos impuesto desde un principio y que además nos caracteriza, nuestros artículos intentaron e intentan reflejar el pensamiento popular de nuestro postergado pueblo americano. La idea de la revista en papel será concretada durante el año 2009, y el proyecto de llenar de libros Sudamérica, pero de libros de autores comprometidos con la idea liberadora de una América socialista y democrática, comenzará a hacerse realidad a mediados del próximo año. Buen final para todos y mejor principio.
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Mesa Coordinadora de la Osta Roja.

Artículo de opinión.


Narcotráfico en latinoámerica.

Teresa Mendoza Chávez, (a) La Mejicana, apareció en el 2002 como el personaje literario protagonista de la novela "La reina del sur" de Antonio Pérez Reverte. En ella, Teresa huye de México rumbo a Europa tras la desaparición de su novio, implicado en actos de narcotráfico. Seis años después de aparecida la novela, una guerra desangra México a extremos nunca antes vistos.
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A 72 horas de terminar el 2008, cerca de 5578 personas han perdido la vida de manera violenta, en actos relacionados con el narcotráfico, como consecuencia de la guerra de cárteles que se disputan la supremacía del "comercio" de drogas y la acción policial. Este número de personas asesinadas en medio de la guerra entre los cárteles de Juárez, de Tijuana y de Sinaloa, con cantidades millonarias de dinero y una corrupción policial de inmensas proporciones (de acuerdo a informes periodísticos cerca del 40% de los miembros de la Policía estaría implicada en actos de corrupción), duplica el número de muertes atribuidas al crimen organizado en el 2007.
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La pregunta es ¿qué está ocurriendo en México? La respuesta, de múltiples aristas. Por un lado, el desempleo, la pobreza y miseria del pueblo mexicano la cual predispone un caldo de cultivo conformado por miles de jóvenes sin futuro los cuales por algo de dinero se enlistan en los cárteles del narco; así como una especie de "mitificación" del narcotráfico, de tal modo que el viejo cuento de Robin Hood cobra nueva forma en esta década, a lo cual el género musical del "corrido" contribuye con sus coplas ensalzando a los narcotraficantes y narrando sus "proezas" y desafíos a la autoridad; junto a la aparición de "comandos paramilitares" como los Zetas, encargados de las actividades violentas del narcotráfico. Por otro, un gobierno corrupto que prácticamente "expulsa" a sus nacionales por la crisis económica e institucional al exterior -principalmente Estados Unidos- en busca de (sub)empleo y nuevas alternativas de desarrollo; aunado a la incompetencia policial y corrupción dentro de la institución, lo cual ha desembocado en la militarización del conflicto, tomando el control de algunas zonas de Tijuana y Ciudad Juárez el Ejército mexicano.
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A todo esto también cabría la posibilidad de pensar en la "decadencia" de los cárteles colombianos, golpeados por el Plan Colombia y el descalabro de buena parte de las FARC y sus "zonas liberadas", un plan militarista de la administración Bush; lo cual ha permitido hasta cierto punto la "bonanza" de los cárteles mexicanos en su ruta de siempre, el país principal destino de droga en el mundo, Estados Unidos de América. Y como consecuencia de todos estos factores, la guerra de los cárteles entre sí y con las fuerzas armadas ha recrudecido, constituyendo noticia diaria el asesinato de personas, militares, narcotraficantes, mujeres y niños, de las formas más espeluznantes (tortura, decapitamiento, incineración) así como la adquisición de armamento de guerra por parte de los narcos (el popular Kalashnikov "cuerno de chivo" y las pistolas 9mm constituyen parte de su arsenal cotidiano).


Y la cereza del pastel de fin de año, la detención de Laura Zúñiga Huizar -Miss Sinaloa 2008 y Reina Hispanoamericana 2008 coronada en Bolivia- acompañada de siete narcotraficantes en posesión de armas de guerra y 55 000 dólares; trae al recuerdo el personaje literario del libro de Pérez Reverte y constituye un indicativo de la presencia del narco y sus ramificaciones a todo nivel en el país del norte, y no sólo en ellos sino también en países limítrofes como Guatemala quien recientemente ha movilizado tropas a la frontera en prevención de posibles movimientos de narcotraficantes en la zona.
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¿Qué deparará el próximo año a México?
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Eduardo Salazar

Lima-PERU

domingo, diciembre 28, 2008

Aniversarios.

¡Por los cincuenta años de la revolución cubana!



En "Todos los fuegos el fuego" (1966) Julio Cortázar escribió los mejores cuentos de su carrera (desde mi punto de vista) y "Reunión", uno de los cuentos de ese libro, ficcionalizaba lo que Ernesto «Che Guevara» había escrito en su diario de batalla. Publicado en el libro "La sierra y el llano", La Habana, 1961.

Nada podía andar peor, pero al menos ya no estábamos en la maldita lancha, entre vómitos y golpes de mar y pedazos de galleta mojada, entre ametralladoras y babas, hechos un asco, consolándonos cuando podíamos con el poco tabaco que se conservaba seco porque Luis (que no se llamaba Luis, pero habíamos jurado no acordamos de nuestros nombres hasta que llegara el día) había tenido la buena idea de meterlo en una caja de lata que abríamos con más cuidado que si estuviera llena de escorpiones. Pero qué tabaco ni tra-gos de ron en esa condenada lancha, bamboleándose cinco días como una tortuga borracha, haciéndole frente a un norte que la cacheteaba sin lástima, y ola va y ola viene, los baldes despellejándonos las manos, yo con un asma del demonio y medio mundo enfermo, doblándose para vomitar con si fueran a partirse por la mitad. Hasta Luis, la segunda noche, una bilis verde que le sacó a las ganas de reírse, entre eso y el norte que no nos dejaba ver el faro de Cabo Cruz, un desastre que nadie se había imaginado; y llamarle a eso una expedición de desembarco era como para seguir vomitando pero de pura tristeza. En fin, cualquier cosa con tal de dejar atrás la lancha, cualquier cosa aunque fuera lo que nos esperaba en tierra -pero sabíamos que nos estaba esperando y por eso no importaba tanto-, el tiempo que se compone justamente en el peor momento y zas la avioneta de reconocimiento, nada que hacerle, a vadear la ciénaga o lo que fuera con el agua hasta las costillas buscando el abrigo de los sucios pastizales de los mangles yo como un idiota con mi pulverizador de adrenalina para poder seguir adelante, con Roberto que me llevaba el Springfield para ayudarme a vadear mejor la ciénaga (si era una ciénaga, porque a muchos ya se nos había ocurrido que a lo mejor habíamos errado el rumbo y que en vez de tierra firme habíamos hecho la estupidez de largarnos en algún cayo fangoso dentro del mar, a veinte millas de la isla...); y todo así, mal pensado y peor dicho, en una continua confusión de actos y nociones, una mezcla de alegría inexplicable y de rabia contra la maldita vida que nos estaban dando los aviones y lo que nos esperaba del lado de la carretera si llegábamos alguna vez, si estábamos en una ciénaga de la costa y no dando vueltas como alelados en un circo de barro y de total fracaso para diversión del babuino en su Palacio. Ya nadie se acuerda cuánto duró, el tiempo lo medíamos por los claros entre los pastizales, los tramos donde podían ametrallarnos en picada, el alarido que escuché a mi izquierda, lejos, y creo fue de Roque (a él le puedo dar su nombre, a su pobre esqueleto entre las lianas y los sapos), porque de los planes ya no quedaban más que la meta final, llegar a la Sierra y reunirnos con Luis si también él conseguía llegar; el resto se había hecho trizas con el norte, el desembarco improvisado, los pantanos. Pero searnos justos: algo se cum-plía sincronizadamente, el ataque de los aviones enemigos. Había sido previsto y provocado; no falló. Y por eso, aunque todavía me doliera en la cara el aullido de Roque, mi maligna manera de entender el mundo me ayudaba a reírme por lo bajo (y me ahogaba todavía más, y Roberto me llevaba el Springfield para que yo pudiese inhalar adrenalina con la nariz casi al borde del agua tragando más barro que otra cosa), porque si los aviones estaban ahí entonces no podía ser que hubiéramos equivocado la playa, o lo sumo nos habíamos desviado algunas millas, pero la carretera estaría detrás de los pastizales, y después el llano abierto y en el norte las primeras colinas. Tenía su gracia que el enemigo nos estuviera certificando desde el aire la bondad del desembarco.

Duró vaya a saber cuánto, y después fue de noche y éramos seis debajo de unos flacos árboles, por primera vez en terreno casi seco, mascando tabaco húmedo y unas pobres galletas. De Luis, de Pablo, de Lucas, ninguna noticia; desperdigados, probablemente muertos, en todo caso tan perdidos y mojados como nosotros. Pero me gustaba sentir cómo con el fin de esa jornada de batracio se me empezaban a ordenar las ideas, y cómo la muerte, más probable que nunca, no sería ya un balazo al azar en plena ciénaga, sino una operación dialéctica en seco, perfectamente orquestada por las partes en juego. El ejército debía controlar la carretera, cercando los pantanos ala espera de que apareciéramos de a dos o de a tres, liquidados por el barro y las alimañas y el hambre. Ahora todo se veía clarísimo, tenía otra vez los puntos cardinales en el bolsillo me hacía reír sentirme tan vivo y tan despierto al borde del epílogo. Nada podía resultarme más gracioso que hacer rabiar a Roberto recitándole al oído unos versos del Viejo Paricho que le parecían abominables. “Si por lo menos nos pudiéramos sacar el barro”, se quejaba el Teniente. “O fumar de verdad” (alguien, más a la izquierda, ya no sé quién, alguien que se perdió al alba). Organización de la agonía: centinelas, dormir por turnos, mascar tabaco, chupar galletas infladas como esponjas. Nadie mencionaba a Luis, el temor de que lo hubieran matado era el único enemigo real, porque su confirmación nos anularía mucho más que el acoso, la falta de armas o las llagas en los pies. Sé que dormi, un rato mientras Roberto velaba, pero antes estuve pensando que todo lo que habíamos hecho en esos días era demasiado insensato para admitirse así de golpe la posibilidad de que hubieran matado a Luis. De alguna manera la insensatez tendría que continuar hasta el final, que quizá fuera la victoria, y en ese juego absurdo donde se había llegado hasta el escándalo de prevenir al enemigo que desembarcaríamos, no entraba la posibilidad de perder a Luis. Creo que también pensé que si triunfábamos, que si conseguíamos reunimos otra vez con Luis, sólo entonces empezaría el juego en serio, el rescate de tanto romanticismo necesario y desenfrenado y peligroso. Antes de dormirme tuve como una visión: Luis junto a un árbol, rodeado por todos nosotros, se llevaba lentamente la mano a la cara y se la quitaba como si fuese una máscara. Con la cara en la mano se acercaba a su hermano Pablo, a mí, al Teniente, a Roque, pidiéndonos con un gesto que la aceptáramos, que nos la pusiéramos. Pero todos se iban negando uno a uno, y yo también me negué, sonriendo hasta las lágrimas, y entonces Luis volvió a ponerse la cara y le vi un cansancio infinito mientras se encogía de hombros y sacaba un cigarro del bolsillo de la guayabera. Profesionalmente hablando, una alucinación de la duerme vela y la fiebre, fácilmente interpretable. Pero si realmente habían matado a Luis durante el desembarco, ¿quién subiría ahora a la Sierra con su cara? Todos trataríamos de subir pero nadie con la cara de Luis, nadie que pudiera o quisiera asumir la cara de Luis. “Los diadocos”, pensé ya entredormido. “Pero todo se fue al diablo con los diadocos, es sabido”.

Aunque esto que cuento pasó hace rato, quedan pedazos y momentos tan recortados en la memoria que sólo se pueden decir en presente, como estar tirado otra vez boca arri-ba en el pastizal, junto al árbol que nos protege del cielo abierto. Es la tercera noche, pero al amanecer de ese día franquearnos la carretera a pesar de los jeep y la metralla. Ahora hay que esperar otro amanecer porque nos han matado al baqueano y seguimos perdidos, habrá que dar con algún paisano que nos lleve a donde se pueda comprar algo de comer, y cuando digo comprar casi me da risa y me ahogo de nuevo, pero en eso como en lo demás a nadie se le ocurriría desobedecer a Luis, y la comida hay que pagarla y explicarle antes a la gente quiénes somos y por qué andamos en lo que andamos. La cara de Roberto en la choza abandonada de la loma, dejando cinco pesos debajo de un plato a cambio de la poca cosa que encontramos y que sabía a cielo, acomida en el Ritz si es que ahí se come bien. Tengo tanta fiebre que se me va pasando el asma, no hay mal que por bien no venga, pero pienso de nuevo en la cara de Roberto dejando los cinco pesos en la choza vacía, y me da un tal ataque de risa que vuelvo a ahogarme y me maldigo. Habría que dormir, Tinti monta la guardia, los muchachos descansan unos contra otros yo me he ido un poco más lejos porque tengo la impresión de que los fastidio con la tos y los silbidos del pecho, y además hago una cosa que no debería hacer, y es que dos o tres veces en la noche fabrico una pantalla de hojas y meto la cara por debajo y enciendo despacito el cigarro para reconciliarme un poco con la vida. En el fondo lo único bueno del día ha sido no tener noticias de Luis, el resto es un desastre, de los ochenta nos han matado por lo menos a cincuenta o sesenta; Javier cayó entre los primeros, el Peruano perdió un ojo y agonizó tres horas sin que yo pudiera hacer nada, ni siquiera rematarlo cuando los otros no miraban. Todo el día temimos que algún enlace (hubo tres con un riesgo increíble, en las mismas narices del ejército) nos trajera la noticia de la muerte de Luis. Al final es mejor no saber nada, imaginarlo vivo, poder esperar todavía. Fríamente peso las posibilidades y concluyo que lo han matado, todos sabemos cómo es, de qué manera el gran condenado es capaz de salir al descubierto con una pistola en la mano, y el que venga atrás que arree. No, pero López lo habrá cuidado, no hay como él para engañarlo a veces, casi como a un chico, convencerlo de que tiene que hacer lo contrario de lo que le da la gana en ese momento. Pero y si López...

Inútil quemarse la sangre, no hay elementos para la menor hipótesis, y además es rara esta calma, este bienestar boca arriba como si todo estuviera bien así, como si todo se estuviera cumpliendo (casi pensé: “consumando”, hubiera sido idiota) de conformidad con los planes. Será la fiebre o el cansancio, será que nos van a liquidar a todos como a sapos antes de que salga el sol. Pero ahora vale la pena aprovechar de este respiro absurdo, dejarse ir mirando el dibujo que hacen las ramas de árbol contra el cielo más claro, con algunas estrellas, siguiendo con ojos entornados ese dibujo casual de las ramas y las hojas, esos ritmos que se encuentran, se cabalgan y se separan, y a veces cambian suavemente cuando una bocanada de aire hirviendo pasa por encima de las copas, viniendo de las ciénagas. Pienso en mi hijo pero está lejos, a miles de kilómetros, en un país donde todavía se duerme en la cama, y su imagen me parece irreal, se me adelgaza y pierde entre las hojas del árbol, y en cambio me hace tanto bien recordar un tema de Mozart que me ha acompañado desde siempre, el movimiento inicial del cuarteto La caza, la evocación del alalí en la mansa voz de los violines, esa transposición de una ceremonia salvaje a un claro goce pensativo. Lo pienso, lo repito, lo canturreo en la memoria, y siento al mismo tiempo cómo la melodía y el dibujo de la copa del árbol contra el cielo se van acercando, traban amistad, se tantean una y otra vez hasta que el dibujo se ordena de pronto en la presencia visible de la melodía, un ritmo que sale de una rama baja, casi a la altura de mi cabeza, remonta hasta cierta altura y se abre como un abanico de tallos, mientras el segundo violín es esa rama más delgada que se yuxtapone para confundir sus hojas en un punto situado a la derecha, hacia el final de la frase, y dejarla terminar para que el ojo descienda por el tronco y pueda, si quiere, repetir la melodía. Y todo eso es también nuestra rebelión, es lo que estamos haciendo aunque Mozart y el árbol no puedan saberlo, también nosotras a nuestra manera hemos querido trasponer una torpe guerra a un orden que le dé sentido, la justifique y en último término la lleve a tina victoria que sea como la restitución de una melodía después de tantos años de roncos cuernos de caza, que sea ese allegro final que sucede al adagio como un encuentro con la luz. Lo que se divertiría Luis si supiera que en este momento lo estoy comparando con Mozart, viéndolo ordenar poco a poco esta insensatez, alzarla hasta su razón primordial que aniquila con su evidencia y su desmesura todas las prudentes razones temporales. Pero qué amarga, qué desesperada tarea la de ser un músico de hombres, por encima del barro y la metralla y el desaliento urdir ese canto que creíamos imposible, el canto que trabará amistad con la copa de los árboles, con la tierra devuelta a sus hijos. Sí, es la fiebre. Y cómo se reiría Luis aunque también a él le guste Mozart, me consta.

Y así al final me quedaré dormido, pero antes alcanzaré a preguntarme si algún día sabremos pasar del movimiento donde todavía suena el halalí del cazador, a la conquistada plenitud del adagio y de ahí al allegro final que me canturreo con un hilo de voz, si seremos capaces de alcanzar la reconciliación con todo lo que haya quedado vivo frente a nosotros. Tendríamos que ser como Luis, no ya seguirlo sino ser como él, dejar atrás inapelablemente el odio y la venganza, mirar al enemigo como lo mira Luis, con una implacable magnanimidad que tantas veces ha suscitado en mi memoria (pero esto, ¿cómo decírselo a nadie?) una imagen de pantocrátor, un juez que empieza por ser el acusado y el testigo y que no juzga, que simplemente separa las tierras de las aguas para que al fin, alguna vez, nazca una patria de hombres en un amanecer tembloroso, a orillas de un tiempo más limpio.

Pero otra que adagio, si con la primera luz se nos vinieron encima por todas partes, y hubo que renunciar a seguir hacia el noreste y meterse en una zona mal conocida, gastando las últimas municiones mientras el Teniente con un compañero se hacía fuerte en una loma y desde ahí les paraba un rato las patas, dándonos tiempo a Roberto y a mí para llevarnos a Tinti herido en un muslo y buscar otra altura más protegida donde resistir hasta la noche. De noche ellos no atacaban nunca, aunque tuvieran bengalas y equipos eléctricos, les entraba como un pavor de sentirse menos protegidos por el número y el derroche de armas; pero para la noche faltaba casi todo el día, y éramos apenas cinco contra esos muchachos tan valientes que nos hostigaban para quedar bien con el babuino, sin contar los aviones que a cada rato picaban en los claros del monte y estropeaban cantidad de palmas con sus ráfagas.

A la media hora el Teniente cesó el fuego y pudo reunirse con nosotros, que apenas adelantábamos camino. Como nadie pensaba en abandonar a Tinti, porque conocíamos de sobra el destino de los prisioneros, pensamos que ahí, en esa ladera y en esos matorrales íbamos a quemar los últimos cartuchos. Fue divertido descubrir que los regulares atacaban en cambio una loma bastante más al este, engañados por un error de la aviación, y ahí nomás nos largamos cerro arriba por un sendero infernal, hasta llegar en dos horas a una loma casi pelada donde un compañero tuvo el ojo de descubrir una cueva tapada por las hierbas, y nos plantamos resollando después de calcular una posible retirada directamente hacia el norte, de peñasco en peñasco, peligrosa, pero hacia el norte, hacia la Sierra donde a lo mejor ya habría llegado Luis.

Mientras yo curaba a Tinti desmayado, el Teniente me dijo que poco antes del ataque de los regulares al amanecer había oído un fuego de armas automáticas y de pistolas hacia el poniente. Podía ser Pablo con sus muchachos, o a lo mejor el mismo Luis. Teníamos la razonable convicción de que los sobrevivientes estábamos divididos en tres grupos, y quizá el de Pablo no anduviera tan lejos. El Teniente me preguntó si no valdría la pena intentar un enlace al caer la noche.

—Si vos me preguntás eso es porque te estás ofreciendo para ir —le dije. Habíamos acostado a Tinti en una cama de hierbas secas, en la parte más fresca de la cueva, y fumábamos descansando. Los otros dos compañeros montaban guardia afuera.

—Te figuras —dijo el Teniente, mirándome divertido—. A mí estos paseos me encantan, chico.

Así seguimos un rato, cambiando bromas con Tinti que empezaba a delirar, y cuando el Teniente estaba por irse entró Roberto con un serrano y un cuarto de chivito asado. No lo podíamos creer, comimos como quien se come a un fantasma, hasta Tinti mordisqueó un pedazo que se le fue a las dos horas junto con la vida. El serrano nos traía la noticia de la muerte de Luis; no dejamos de comer por eso, pero era mucha sal para tan poca carne, él no lo había visto aunque su hijo mayor, que también se nos había pegado con una vieja escopeta de caza, formaba parte del grupo que había ayudado a Luis y a cinco compañeros a vadear un río bajo la metralla, y estaba seguro de que Luis había sido herido casi al salir del agua y antes de que pudiera ganar las primeras matas. Los serranos habían trepado al monte que conocían congo nadie, y con ellos dos hombres del grupo de Luis, que llegarían por la noche con las armas sobrantes y un poco de parque.

El Teniente encendió otro cigarro y salió a organizar el campamento y a conocer mejor a los nuevos; yo me quedé al lado de Tinti que se derrumbaba lentamente, casi sin dolor. Es decir que Luis había muerto, que el chivito estaba para chuparse los dedos, que esa noche seríamos nueve o diez hombres y que tendríamos municiones para seguir peleando. Vaya novedades. Era como tina especie de locura fría que por un lado reforzaba al presente con hombres y alimentos, pero todo eso para borrar de un manotazo el futuro, la razón de esa insensatez que acababa de culminar con una noticia y un gusto a chivito asado. En la oscuridad de la cueva, haciendo durar largo mi cigarro, sentí que en ese momento no podía permitirme el lujo de aceptar la muerte de Luis, que solamente podía manejarla como un dato más dentro del plan de campaña, porque si también Pablo había muerto el jefe era yo por voluntad de Luis, y eso lo sabían el Teniente y todos los compañeros, y no se podía hacer otra cosa que tomar el mando y llegar a la Sierra y seguir adelante como si no hubiera pasado nada. Creo que cerré los ojos, y el recuerdo de mi visión fue otra vez la visión misma, y por un segundo me pareció que Luis se separaba de su cara y me la tendía, y yo defendí mi cara con las dos manos diciendo: “No, no, por favor no, Luis”, y cuando abrí los ojos el Teniente estaba de vuelta mirando a Tinti que respiraba resollando, y le oí decir que acababan de agregársenos dos muchachos del monte, una buena noticia tras otra, parque y boniatos fritos, un botiquín, los regulares perdidos en las colinas del este, un manantial estupendo a cincuenta metros. Pero no me miraba en los ojos, mascaba el cigarro y parecía esperar que yo dijera algo, que fuera yo el primero en volver a mencionar a Luis.

Después hay como un hueco confuso, la sangre se fue de Tinti y él de nosotros, los serranos se ofrecieron para enterrarlo, yo me quedé en la cueva descansando aunque olía a vómito y a sudor frío, y curiosamente me dio por pensar en mi mejor amigo de otros tiempos, de antes de esa cesura en mi vida que me había arrancado a mi país para lanzarme a miles de kilómetros, a Luis, al desembarco en la isla, a esa cueva. Calculando la diferencia de hora imaginé que en ese momento, miércoles, estaría llegando a su consultorio, colgando el sombrero en la percha, echando una ojeada al correo. No era una alucinación, me bastaba pensar en esos años en que habíamos vivido tan cerca uno de otro en la ciudad, compartiendo la política, las mujeres y los libros, encontrándonos diariamente en el hospital; cada uno de sus gestos me era tan familiar, y esos gestos no eran solamente los suyos sino que abarcan todo mi mundo de entonces, a mí mismo, a mi mujer, a mi padre, abarcaban mi periódico con sus editoriales inflados, mi café a mediodía con los médicos de guardia, mis lecturas y mis películas y mis ideales. Me pregunté qué estaría pensando mi amigo de todo esto, de Luis o de mí, y fue como si viera dibujarse la respuesta en su cara (pero entonces era la fiebre, habría que tomar quinina), una cara pagada de sí misma, empastada por la buena vida y las buenas ediciones y la eficacia del bisturí acreditado. Ni siquiera hacía falta que abriera la boca para decirme yo pienso que tu revolución no es más que... No era en absoluto necesario, tenía que ser así, esas gentes no podían aceptar una mutación que ponía en descubierto las verdaderas razones de su misericordia fácil y a horario, de su caridad reglamentada y a escote, de su bonhomía entre iguales, de su antirracismo ele salón pero cómo la nena se va a casar con ese mulato, che, de su catolicismo con dividendo anual y efemérides en las plazas embanderadas, de su literatura de tapioca, de su folklorismo en ejemplares numerados y mate con virola de plata, de sus reuniones de cancilleres genuflexos, de su estúpida agonía inevitable a corto o largo plazo (quinina, quinina, y de nuevo el asma). Pobre amigo, me daba lástima imaginarlo defendiendo como un idiota precisamente los falsos valores que iban a acabar con él o en el mejor de los casos con sus hijos; defendiendo el derecho feudal a la propiedad y a la riqueza ilimitadas, él que no tenía más que su consultorio y una casa bien puesta, defendiendo los principios de la Iglesia cuando el catolicismo burgués de su mujer no había servido más que para obligarlo a buscar consuelo en las amantes, defendiendo una supuesta libertad individual cuando la policía cerraba las universidades y censuraba las publicaciones, y defendiendo por miedo, por el horror al cambio, por el escepticismo y la desconfianza que eran los únicos dioses vivos en su pobre país perdido. Y en eso estaba cuando entró el Teniente a la carrera y me gritó que Luis vivía, que acababan de cerrar un enlace con el norte, que Luis estaba más vivo que la madre de la chingada, que había llegado a lo alto de la Sierra con cincuenta guajiros y todas las armas que les habían sacado a un batallón de regulares copado en una hondonada, y nos abrazamos como idiotas y dijimos esas cosas que después, por largo rato, dan rabia y vergüenza y perfume, porque eso y comer chivito asado y echar para adelante era lo único que tenía sentido, lo único que contaba y crecía mientras no nos animábamos a mirarnos en los ojos y encendíamos cigarros con el mismo tizón, con los ojos clavados atentamente en el tizón y secándonos las lágrimas que el humo nos arrancaba de acuerdo con sus conocidas propiedades lacrimógenas.

Ya no hay mucho que contar, al amanecer uno de nuestros serranos llevó al Teniente y a Roberto hasta donde estaban Pablo y tres compañeros, y el Teniente subió a Pablo en brazos porque tenía los pies destrozados por las ciénagas. Ya éramos veinte, me acuerdo de Pablo abrazándome con su manera rápida y expeditiva, y diciéndome sin sacarse el cigarrillo de la boca: “Si Luis está vivo, todavía podemos vencer”, y yo vendándole los pies que era una belleza, y los muchachos tomándole el pelo porque parecía que estrenaba zapatos blancos y diciéndole que su hermano lo iba a regañar por ese lujo intempestivo. “Que me regañe”, bromeaba Pablo fumando como un loco, “para regañar a alguien hay que estar vivo, compañero, y ya oíste que está vivo, vivito, está más vivo que un caimán, y vamos arriba ya mismo, mira que me has puesto vendas, vaya lujo...” Pero no podía durar, con el sol vino el plomo de arriba y abajo, ahí me tocó un balazo en la oreja que si acierta dos centímetros más cerca, vos, hijo, que a lo mejor hacés todo esto, te quedás sin saber en las que anduvo tu viejo. Con la sangre y el dolor y el susto las cosas se me pusieron estereoscópicas, cada imagen seca y en relieve, con unos colores que debían ser mis ganas de vivir y además no me pasaba nada, un pañuelo bien atado ya seguir subiendo; pero atrás se quedaron dos serranos, y el segundo de Pablo con la cara hecha un embudo por una bala cuarenta y cinco. En esos momentos hay tonterías que se fijan para siempre; me acuerdo de un gordo, creo que también del grupo de Pablo, que en lo peor de la pelea quería refugiarse detrás de una caña, se ponía de perfil, se arrodillaba detrás de la caña, y sobre todo me acuerdo de ése que se puso a gritar que había que rendirse, y de la voz que le contestó entre dos ráfagas de Thompson, la voz del Teniente, un bramido por encima de los tiros, un: “¡Aquí no se rinde nadie, carajo!”, hasta que el más chico de los serranos, tan callado y tímido hasta entonces me avisó que había una senda a cien metros de ahí, torciendo hacia arriba y a la izquierda, y yo se lo grité al Teniente y me puse a hacer punta con los serranos siguiéndome y tirando como demonios, en pleno bautismo de fuego y saboreándolo que era un gusto verlos, y al final nos fuimos juntando al pie de la selva donde nacía el sendero y el serranito trepó y nosotros atrás, yo con un asma que no me dejaba andar y el pescuezo con más sangre que un chancho degollado, pero seguro de que también ese día íbamos a escapar y no sé porqué, pero era evidente como un teorema que esa misma noche nos reuniríamos con Luis.

Uno nunca se explica cómo deja atrás a sus perseguidores, poco a poco ralea el fuego, hay las consabidas maldiciones y “cobardes, se rajan en vez de pelear”, entonces de golpe es el silencio, los árboles que vuelven a aparecer como cosas vivas y amigas, los accidentes del terreno, los heridos que hay que cuidar, la cantimplora de agua con un poco de ron que corre de boca en boca, los suspiros, alguna queja, el descanso y el cigarro, seguir adelante, trepar siempre aunque se me salgan los pulmones por las orejas, y Pablo diciéndome oye, me los hiciste del cuarenta y dos y yo calzo del cuarenta y tres, compadre, y la risa, lo alto de la loma, el ranchito donde un paisano tenía un poco de yuca con mojo y agua muy fresca, y Roberto, tesonero y concienzudo sacando sus cuatro pesos para pagar el gasto y todo el mundo, empezando por el paisano, riéndose hasta herniarse, y el mediodía invitando a esa siesta que había que rechazar como si dejáramos irse a una muchacha preciosa mirándole las piernas hasta lo último.

Al caer la noche el sendero se empinó y se puso más que difícil, pero nos relamíamos pensando en la posición que había elegido Luis para esperamos, por ahí no iba a subir ni un gramo. “Vamos a estar como en la iglesia”, decía Pablo a mi lado, “hasta tenemos el armonio”, y me miraba zumbón mientras yo jadeaba una especie de pasacaglia que solamente a él le hacía gracia. No me acuerdo muy bien de esas horas, anochecía cuando llegarnos al último centinela y pasarnos uno tras otro, dándonos a conocer y respondiendo por los serranos, hasta salir por fin al claro entre los árboles donde estaba Luis apoyado en un tronco, naturalmente con su gorra de interminable visera y el cigarro en la boca. Me costó el alma quedarme atrás, dejarlo a Pablo que corriera y se abrazara con su hermano, y entonces esperé que el Teniente y los otros fueran también y lo abrazaran, y después puse en el suelo el botiquín y el Springfield y con las manos en los bolsillos me acerqué y me quedé mirándolo, sabiendo lo que iba a decirme, la broma de siempre:

—Mira que usar esos anteojos —dijo Luis.

—Y vos esos espejuelos —le contesté, y nos doblamos de risa, y su quijada contra mi cara me hizo doler el balazo como el demonio, pero era un dolor que yo hubiera querido prolongar más allá de la vida.

—Así que llegaste, che —dijo Luis.

Naturalmente, decía “che” muy mal.

—¿Qué tú crees? —le contesté igualmente mal. Y volvimos a doblamos como idiotas, y medio mundo se reía sin saber por qué. Trajeron agua y las noticias, hicimos la rueda mirando a Luis, y sólo entonces nos dimos cuenta de cómo había enflaquecido y cómo le brillaban los ojos detrás de los jodidos espejuelos.

Más abajo volvían a pelear, pero el campamento estaba momentáneamente a cubierto. Se pudo curar a los heridos, bañarse en el manantial, dormir, sobre todo dormir, hasta Pablo que tanto quería hablar con su hermano. Pero como el asma es mi amante y me ha enseñado a aprovechar la noche, me quedé con Luis apoyado en el tronco de un árbol, fumando y mirando los dibujos de las hojas contra el cielo, y nos contamos de a ratos lo que nos había pasado desde el desembarco, pero sobre todo hablamos del futuro, de lo que iba a empezar cuando llegara el día en que tuviéramos que pasar del fusil al despacho con teléfonos, de la sierra a la ciudad, y yo me acordé de los cuernos de caza y estuve a punto de decirle a Luis lo que había pensado aquella noche, nada más que para hacerlo reír. Al final no le dije nada, pero sentía que estábamos entrando en el adagio del cuarteto, en una precaria plenitud de pocas horas que sin embargo era una certidumbre, un signo que no olvidaríamos. Cuántos cuernos de caza esperaban todavía, cuántos de nosotros dejaríamos los huesos como Roque, como Tinti, como el Peruano. Pero bastaba mirar la copa del árbol para sentir que la voluntad ordenaba otra vez su caos, le imponía el dibujo del adagio que alguna vez ingresaría en el allegro final, accedería a una realidad digna de ese nombre. Y mientras Luis me iba poniendo al tanto de las noticias internacionales y de lo que pasaba en la capital y en las provincias, yo veía cómo las hojas y las ramas se plegaban poco a poco a mi deseo, eran mi melodía, la melodía de Luis que seguía hablando ajeno a mi fantaseo, y después vi inscribirse una estrella en el centro del dibujo, y era una estrella pequeña y muy azul, y aunque no sé nada de astronomía y no hubiera podido decir si era una estrella o un planeta, en cambio me sentí seguro de que no era Marte ni Mercurio, brillaba demasiado en el centro del adagio, demasiado en el centro de las palabras de Luis como para que alguien pudiera confundirla con Marte o con Mercurio.

sábado, diciembre 27, 2008

Colaboraciones- Poesía.

Exilio de pájaros


No eran dioses con plumaje
ni sagradas sus modestias
eran locos sin coraje
no eran gente sino bestias

Como pájaros en bandada
el temporal anunciaron
marcharon de madrugada
y a la fuerza se exiliaron

Odiosos jazmines blancos
y sus puñales de fuego
odiosos también sus barcos
y su maldito despego

Quemaron el pan y las manos
el trigo, también el maíz
mataron a nuestros hermanos
Sacaron la memoria de raíz.


Estefanía Delvas 2º PEB “D”

Desde el sur patagónico y gracias a Sara.

viernes, diciembre 26, 2008

Personaje del mes.

Análisis de un poema de Augusto Lunel

“Acostumbraba morirme
Atravesado el corazón con un pez vivo;
Me devoraron insectos caídos de las estrellas.

Mi muerte apagaba las mañanas
Con sus lámparas de neblina;
Entre las notas que llueven sobre el lago
Desde un piano de sol, aparecía.

¡Siempre nos señalan las agujas del reloj!

El día era una noche desteñida.

Los ojos daban la hora.
¡Lágrimas que al caer sonaban quedo a perfume marino!
¡nítido se oía su sabor salado, luminoso!

Se escuchó una bandada de esqueletos de aves.”




Augusto Lunel fue un Poeta Peruano nacido en 1923 Publicó un solo libro. Los Puentes, en México, en 1955.

Como vemos en este poema, su lírica se debatía entre un ritmo que lindaba entre el vanguardismo acompañado de imágenes plenamente surreales que evocaban una potente expresividad para referirse a su entorno.

Otro elemento destacable en su poesía, y en este poema en particular, es la mezcla de un romanticismo melancólico que se desvanece con el uso de provocadoras imágenes, aparentemente gratuitas pero poseedoras de una carga que le da al poema, en suma, la impresión de haber sido compuesto por un habitante de otro mundo o un esquizofrénico hermoso.

Así su poesía se debate en una descripción de la agonía, el yo poético se sume de pronto en un acto que conlleva consigo una degradación de su entorno. Lo que aparece como penoso aparece también cargado de una extraña belleza. Las imágenes surreales se prestan para darle un aire a travesía de extramundo a sus versos, como bien pasa con los poemas de índole surrealista.

En suma, es la poesía de Lunel, un buen referente de las nuevas expresiones de los poetas peruanos en la década del 50, un poeta que conjugaba evocativas imágenes que de por sí eran parte del fondo de su mensaje, el onirismo y la alucinación en medio del discurso deseperanzado, como muchos de los poetas de su generación.


“Mi muerte ha resucitado entre residuos de sonido,
Estrellas quebradas cortan sus pies cuando regresa,
La persigue un tísico que expectora ojos puros.

Le han crecido mism manos ala noche,
Mi sangre corre en la luna,
Se descascara la luz de muchos soles acumulada en una pared,
Une la araña dos astros con su hilo.

¡Es de poblar el aire de peces
Y de caracoles rajados por el eco,
De oírse el ruido que hace el rayo de una estrella!”

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Daniel Nakasone

Lima- Peru

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